miércoles, 11 de agosto de 2010

Sapucay


La señora Sofía no encuentra respuestas. No quiere entender o no puede. Permanece inmóvil en la reposera mirando el campo con la vista fija en los álamos que ella misma ayudó a plantar. Por vigésima vez, con la voz entrecortada, le pide al capataz que le relate cómo fueron las cosas.

-Cuénteme-, dice entre sollozos.

Y ahí nomás, el muchacho repite como un disco rayado…

-¡Yo no tuve la culpa, doña Sofía! ¡Se lo juro por San Benito! ¡Déjeme por lo menos que le´splique! Ya sé que es tarde pa¨ splicaciones, pero si la otra mañana cuando le probaba el vestido de quince a la Martita, no me hubiese mandao al pueblo ¡Usté jué la que insistió y me dijo: Dale Juan, andá urgente hasta la tienda, y no me dio tiempo ni pa´decir agua va!

Cuando llegué a casa ese día, le conté lo que había pasado a mi señora madre mientras me cebaba uno mates. Me aconsejó que me callase, que no era cosa mía y que no debía meterme donde no me llamaban…y ya sabe. La cosa stá difícil pa´conseguir una changa. Mi papa, que Dios lo tenga en su santa gloria, ha muerto hace dos mese, es por eso que tuve miedo que usté me saque a patadas si no me creía. ¡No se enoje conmigo, doña! La cosa jué como le cuento y voy a decirle tuito lo que haga falta………………

El sábado, descués de la hermosísima fiesta que le hicieron a la niña, cuando todos se habían ido, vi caminar a su hija pa´lado del monte.¡Quise avisarle que tuviese cuidao, pero a lo lejos me pareció ver al Pablito, y entonces pensé que quizá querían despedirse sin que el patrón los descubriese…y después oí un grito sapucay…creí que era algún emborrachao de la fiesta…y bué…descués vino lo que ya sabe.

¡Todos creímos que había regresao!

Hoy cuando llegué bien tempranito, la casa estaba aún con las luce apagadas. Como todos dormían, me puse a entrar leña en el establo. Fue en ese momentísimo, justo, justo que Sultán comenzó a ladrar y gemir, como si estuviese ante la aparición de “La llorona”. Hace bien, santígüese, doña, yo hubiese hecho lo mesmo, pero ella no me dio tiempo. La Martita apareció y se desmayó a mis pies, justito aquí, donde aúra stamos sentados. Tenía el cabello sucio como una tormenta, y su vestido blanco..ensangrentado…¡Imagine el susto! No le pregunté nada. La agarré, la envolví en la sábana que Josefa había dejado tendida y la subí al carro.¡Ya sé que tendría que haberle avisao! ¡Tiene razón patrona en estar juriosa, pero …mire se lo suplico de rodillas! ¡No le miento!......................................................................................................

EL joven se sonó ruidosamente los mocos y continuó…Descué jué como una maldición del cielo…comenzó a llover. Pa¨colmo de males no había nada en el carro con qué cubrir a la pobrecita. Le di un latigazo a la yegua pa¨que se apure. El camino a El Dorado empezaba a inundarse…jué por eso que tomé el atajo. Ginebra se asustó por el ralámpago y ahí mesmo se me empacó. Nos quedamos en medio del ramaje más solo que un cementerio.

A lo lejos se escuchaban las campanas de la capilla, y supe que no llegaría pa¨encontrar al Dr. Laureano a la salida de la misa, y me quedé esperando que despertara…pero no lo hizo.

Yo no tuve la culpa, doña; jué el destino el que no quiso que usté escuchara al patrón el otro día, cuando me dijo:

-Juanito…la niña está en edad de merecer. Vaya y dígale que después de la fiesta, papá le dará..un regalo.

Patricia Agustín

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