jueves, 5 de agosto de 2010

LA NEVADA

Cuando vio a lo lejos que se aproximaba el tren arrastró el carro, el mismo que había logrado llevarse del supermercado el día del saqueo, y corrió hasta el fondo del andén en busca del furgón para cartoneros.

La tarde se deterioraba sin remedio y anunciaba frío polar y algunas lluvias. El guarda balanceó suavemente su lámpara, indicando al maquinista que podía continuar el recorrido que los llevaría a la terminal. Se escuchó el silbato y la gran masa de hierro se puso perezosamente en marcha.

-¡Frío perro!- masculló Manuel Torres ya instalado en el vagón de los pobres.

A su derecha, Ramona le daba de mamar a su hijo de ocho meses, ante el llanto insistente del bebé que no comprendía si el lugar era inoportuno.

-¡Mirá para otro lado, querés!- gritó la mujer a un borracho mirón que no se privaba de decirle groserías.

-¿Está abrigado el pibe, doña?-preguntó Nano acercándole unas hojas de periódico. Tome, envuélvaselas debajo de la ropa para que mantenga el calorcito, que el noticiero dijo que podía nevar-, aconsejó a la mujer que conocía del barrio.

-¡No me hagas reír, pibe! ¿Nieve en Buenos Aires? ¡Sos muy pichón todavía! No creas todo lo que dicen esos aparatos…La última vez que les creí fue cuando televisaron la muerte de Perón. Después no creí en nadie.

En las estaciones intermedias, los trabajadores ascendían en medio de quejas e insultos por el mal servicio, y descendían satisfechos de haber logrado bajar de ese calvario. Parecían estar lejos de esa otra realidad que se encontraba en el furgón de cola. Algunos, cuando lograban pisar tierra firme, miraban con recelo a la multitud de manos, gritos y malos olores que emanaban los del fondo.

-Debe ser lindo llegar a un hogar tibio- pensó el adolescente, imaginando un caldo caliente, una mujer esperando su regreso, un crío durmiendo en una cuna…pero él no era uno de esos pasajeros…si lograba terminar el secundario, tal vez lo consiguiera.

Quedó inmóvil hasta que el sacudón de la frenada lo volvió a la realidad.

Bajó en Plaza Constitución y se encaminó en medio de una autopista de personas hacia la salida. Saludó en el trayecto a vendedores ambulantes, y se ocultó de una muchacha hermosa que había conocido en el baile. No era conveniente que lo viese así…

Como estaba garuando, decidió correr hasta la avenida Independencia. Esa era su zona. En la puerta del Banco, el ordenanza le había dejado apiladas unas cuántas cajas de cartón de computadoras, que la institución había determinado cambiar.

-Están buenas. Son de cartón prensado…por éstas me van a dar unos pesos más…-.

Desarmó todas las que pudo apilándolas como ramilletes en una pintura de Picasso, y dejó como un trofeo sobre las demás, una como la había encontrado. Fue hasta la oficina de correos, dobló a la derecha tres cuadras, cinco a la izquierda, ocho hasta el bajo; discutió con otro flaco por la puerta de un placard que alguien había dejado en la vereda…prefirió perder ¡No estaba para peleas esa noche! Tal vez el frío lo tenía acobardado, o la angustia, ¡Vaya a saber!

Extenuado se sentó un rato en la plaza, pero como nunca, le castañeteaban los dientes y un calambre en la pantorrilla que le llegaba al tobillo no le permitía continuar.

-¡Mierda con este invierno que no es para los pobres!-.

Levantó la vista y observó con extrañeza la noche. Algo caía como pelusa entre los pinos y se depositaba sobre su delgada campera. Era nieve. Incomprensiblemente, nieve en Buenos Aires. Sonrió por la sorpresa y por el comentario de Ramona. Se paró y empujó el chango hasta dar con un puñado de pibes, que en la calle festejaban la nevada nunca antes vista. Por un momento tuvo el deseo de sumarse a ellos y colaborar en el armado del muñeco con bufanda. Por un segundo sintió que era igual a todos y que tenían cosas en común.

Miró el reloj. Ya no tenía más tiempo. El tren de los cartoneros estaba por regresar y lo depositaría en su barrio, en su rancho con goteras y piso de tierra. Otra vez solo.

A su regreso pasó por lo de Efraín, pegó un silbido para que saliese y le dejó la enorme caja intacta.

-Tome, es para el crío. Por ahí le sirve de cuna. Y dígale a la Ramona que la próxima si se da, le traigo un cochecito que me tienen prometido-.

Enfiló como pudo para el lado del arroyo saltando charcos, nieve que continuaba acumulada en los rincones. Insultó las ruedas del carromato que se trababan con las piedras y los pozos. La nieve virgen cambiaba el paisaje que tanto conocía.

Llegó a la casa y se preparó un mate cocido. Voy a traer un perro para que me haga compañía-, dijo en voz alta. Se quitó las zapatillas mojadas, acercó la lata que usaba de brasero, tiró unos cuántos cartones para avivar las llamas y se tapó con la única frazada que le habían dado antes de las elecciones.

Antes de dormir pensó que había sido un día difícil, y que estaba la posibilidad de que en la escuela no hubiese clase.

- Y bueno, mejor me duermo rápido. Quizá las cosas buenas me estén esperando mañana-.

A las once, los bomberos intentaban apagar el incendio.

Patricia Agustín

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