miércoles, 21 de julio de 2010

Apocalipsis

No seré yo quien reconstruya
el reloj de arena derramado en el desierto.
Los cristales han lacerado impiadosos
mis manos ciegas de caricias.
Conservo sólo las vendas pegoteadas
que como serpientes se enroscaron
en los muñones leprosos de mi pena.

No seré yo quien abra mis dedos de abanico
para atajar cual flechas de Ulises
tus desesperados gritos.

Será el titán embravecido de venganza
que amasando victorioso el génesis del tiempo
elevará su mirada ganadora
y nos gritará, póker servido.

viernes, 16 de julio de 2010

altavoz: Tierras Vírgenes

altavoz: Tierras Vírgenes: "Las niñas bailotean alegres una danza africana. Sus pies diminutos tamborilean sobre la panza del mundo, un mundo de piel neg..."

SIN PIEDAD


…”Debéis por lo tanto, hablar de alguien

que amó no con prudencia, sino con exceso,

no de alguien devorado por los celos…”

W. Shakespeare (Otelo-Acto V)

“¡Atorranta! ¡Hacerme esto a mí, con lo que yo la quiero! Pero…¡No va a quedar así!¡Ah, nooo!¡ Ya verá esa putita de lo que soy capaz!”.

Fue hasta la primera cabina disponible, levantó el tubo y marcó el número. Un arisco contestador le respondió que ella no estaba en casa y que dejara un mensaje después de la señal. Colgó con rabia y desconcierto.¡Cómo era posible! Caminó hacia la telefonista, le tendió un puñado de monedas que ni siquiera había contado, y salió del local sin percatarse que la empleada lo llamaba para darle el vuelto.

Recorrió la cuadra hasta el café de siempre, y se ubicó en el rincón de caza y pesca reservado para los clientes del lugar. Se imaginó a Don Lorenzo, el kiosquero gritándole: ¡Qué hacés, Reno!, y a aquellos mocosos insolentes cantando a su paso:”A la lata, al latero, a la hija del almacenero…al pin, al pon, al cornudo de Don Simón”…

Apoyando la cabeza sobre el ventanal, vio sus ojos descascarados como espejos en casa de antigüedades, y reconoció que ya no era joven; sin embargo eso no justificaba que aquella mujerzuela pudiese dejarlo así, con semejante deshonra a cuestas. Debía crear la coartada perfecta que le posibilitara la venganza.

Inspiró con dificultad el aire húmedo de la tarde. Otra vez la puntada en la base de los pulmones hizo que tomara otra posición en la silla de roble. Aprovechó el movimiento para estirar el brazo y pedir un café. ¿Qué haría? ¿Quién sería su rival? ¿Le pediría la escopeta a Lautaro?

Existía la posibilidad de la duda. ¿Y si después de matarla se enterase que todo había sido una trágica confusión? ¿Si la ausencia se debía a la llegada de un telegrama anunciando la desaparición de un pariente en Gualeguay?

El mozo se acercó a la mesa y le tendió el pocillo:

-¿Quiere algo más, señor?- lo interrogó con tonada de provincia.

-Sí. ¿Tiene el diario de hoy por ahí?- contestó Simón en un intento por distraerse.

Mientras aguardaba, se miró en el enorme espejo de una de las paredes laterales para constatar si las guampas ya se le notaban. A su lado, el mozo permanecía inmóvil.

-¿Qué pasa? ¿Se me ven?-.

-¿Qué cosa, señor?- contestó con asombro.

-Nada, nada. ¡Déme el periódico y vaya!

En primera plana, leyó: “HOMBRE CUARENTÓN ASESINA A SU NOVIA AHOGÁNDOLA EN TANQUE AUSTRALIANO”.

El caballero que se encontraba en la mesa a su derecha, estirando el cuello acotó:

-¡Seguro, seguro que la mina lo corneó! Como diría un amigo…del cajón y de los cuernos, nadie se salva…

Deseaba llorar, gritar hasta quedar mudo… Bebió el primer sorbo de un café casi frío. La lluvia había comenzado a caer sobre los transeúntes que corrían como si se tratase de El Diluvio Universal, y en la vereda una jauría de perros sarnosos daba espectáculo gratuito de amor sin barreras.

Pensó nuevamente en María Eugenia, en su cuerpo, en sus piernas perfectas, en sus pechos como naranjos en flor, tarareó el tango…Desde la calle se oía un megáfono promocionando la película “Infidelidad”. Todo parecía un complot en su contra.

Mejor se iba de allí, mejor le daba una oportunidad para explicarle por qué había faltado a la cita. No debía dejarse llevar por los celos.

Con un gesto llamó al mozo y le pagó la consumición. Estaba feliz, casi feliz. Puso sus manos en el antebrazo de la silla en ademán para pararse cuando un sonido estrepitoso lo detuvo. Sobre su mesa, unos ojos vidriosos lo miraban. La cabeza de un alce, trofeo del dueño del local, desprendiéndose de la pared que lo endiosaba, le ofrecía su sonrisa perfecta.

Patricia Agustín

martes, 13 de julio de 2010

Tierras Vírgenes


Las niñas bailotean alegres una danza africana. Sus pies diminutos tamborilean sobre la panza del mundo, un mundo de piel negra como su continente. A cada golpe, la tierra se agrieta formando anchas estrías sedientas de lluvia.

Una de las pequeñas ingresa al centro de la ronda mientras el resto canturrea al ritmo del baile. Ríen, giran, se empujan en una ceremonia donde se prohíbe la presencia masculina; sólo mujeres unidas por idénticos recuerdos.

- ¿Estás feliz?- le dice su hermana mayor.

- Mucho- contesta Kimi

- ¡Seremos ricos cuando te cases con Julami!

El festejo continúa hasta bien entrada la tarde. Recién cuando el enorme sol comienza a pedalear en el horizonte, la música cesa abruptamente e ingresa la comadrona.

Namur, la madre de Kimina, se acerca y le susurra al oído lo que no debe olvidar, y dando la espalda se aleja junto a otras madres perdiéndose entre las chozas. Entonces, el ejército solitario de chiquillas, inicia un castañeteo de dientes de leche semejante a una trágica canción de cuna.

La vieja muy cerca, prepara solemne los utensilios en un rito ancestral. Sus manos delgadas y huesudas son los mapas físicos de ríos oscuros. Todas sus venas parecerían desembocar en el Mar Rojo de otra creencia. La anciana se mueve con sigilo entre las niñas que hipnotizadas por el colorido atuendo, abren sus ojos azabaches y escuchan silenciosas el sonido de las pulseras de cascabel.

Sobre el paisaje, se amontonan vasijas con monosílabos, trapos descoloridos con abreviaturas, elementos cortantes y algunas gasas que esperan a la comadrona. Ësta sentada sobre el suelo apisonado, estar por dar inicio a la fatídica costumbre.

-¡Tú!- dice la hechicera señalando a Kimina. La toma del brazo y la acuesta entre aquellas piernas heladas, de acero.

Kimina sabe que no debe llorar. Una lágrima suya podría tirar por la borda los presagios de un matrimonio feliz, y el desprecio de los hombres de la comarca.

-Má...-llama la pequeña con sus labios mojados de miedo. -¡Quiero ir con mamina!- implora a su carcelera.

-¿No querrás ser una desdichada,o sí?- sentencia la sexagenaria con su voz ronca por el tabaco.

La criatura contabiliza los camellos que le entregarán a su padre,la sonrisa de su prometido. Recuerda a Julami diciéndole que la amaba…mas cuando la anciana abre con sus garras sus temblorosos muslos en ángulo, piensa que difícilmente lo logre, ya que un remolino nauseabundo ha comenzado a subir por la garganta. Desea vomitar su corazón tambor, que embravecido, patea sin piedad esternón y cabeza confundiendo el ritmo de la vida.

De golpe, un dolor de rayo le zigzaguea por la columna y deja en su caída, su clítoris derrumbado. Entonces sin poder evitarlo, el alarido desgarrador atraviesa los hemisferios.

En el cielo, la primera estrella tiembla observando aquel pujo último e inútil de la tierra virgen. Kimina Wada escucha antes del desmayo:

-¿ Te dije que no debías llorar! ¡Ahora, no puedo asegurarte que vayas a ser feliz!

Patricia Agustín

sábado, 10 de julio de 2010

Ezequiel

La señorita Hebe es rubia, alta, gordita. Tiene rulos amarillos como un limón; no se parece a las otras mujeres del barrio. Observa a Ezequiel que está sentado en su silla. Le llama la atención su mirada, algo en él ha cambiado. No tuvo que reprenderlo esta mañana rogándole que se siente, que no grite, que trabaje.

Escribe la fecha en el pizarrón negro y desvencijado con letra caligráfica. Coloca con una tiza color rosa, el título: ...”Resolvemos”... y anota el problemita.

El salón huele a sucio aún cuando no lo está. A la puerta verde alguien la dobló de una patada y le hizo saltar la bisagra inferior. Las paredes conservan sólo alguna lámina ajada, recuerdo del último robo en la escuela, y un abecedario con vagones de colores que ningún alumno parece mirar.

Ezequiel sí lo mira, y se queda con la vista perdida leyendo:…” A! B! C!”... ¡C de Coca!- piensa-, mientras traga la saliva espesa que le inunda la boca a borbotones.

Hace calor en el aula. El sol comenzó a recalentar las chapas del techo que crujen y se dilatan. Un sofocón intenso hace que ese cuerpo menudo, escondido bajo el guardapolvo sin botones, se sienta como un incendio. La mira ahora a la señorita¡Qué hermosa es! Recuerda al tío diciéndole:-“Ché, stá buena tu seño, stá”… Le contesta que no se dice está, sino que ¡Es buena!

Ella se acerca y trae un perfume como de primavera. Se decide a copiar el problema en su cuaderno de hojas manchadas, antes de que lo rete…...”Don Julio, el almacenero, compró doce gaseosas con envase descartable. Doña Matilde se llevó dos. ¿Cuántas le quedan?”

-“¡Mirá vos, doña Matilde!” - piensa.” Ayer le pedí agua cuando terminamos el partido, y ¡Me dijo que no tenía nada!”

Las zapatillas de su hermano Alfredo le quedan chicas, y se le ha hecho un agujero redondo como pastilla de menta justo arriba del dedo gordo. Hace la cuenta. Doce menos dos, igual…diez.

-“¡Diez Coca-Colas bien frías y con burbujas que me hagan cosquillas en la nariz!”- piensa.

La maestra habla algo de los sueños y le pregunta a Fernandito, el más bajito de primer grado:”¿Cuál es tu deseo?” Se levanta y contesta:-“Crecer, seño, crecer”-...y todos ríen. Ezequiel no. Cree que es un tonto. No quiere ser grande como su hermano Pedro, ni como sus amigos. Especialmente ése, El Pancho…cuando le pide una gaseosa siempre contesta lo mismo:-“Eso es de putitos, maricón”.Cuando tengas mi edad, te va a gustar la birra”…, entonces prefiere irse rezongando y usa de pelota una latita machucada.

Ahora se acuerda del día anterior, en El Cruce. La cola es interminable. Cola- piensa, como la coca. Había encontrado en la calle aquel envase descartable. Alguien le hizo el favor de cortárselo por la mitad, Justo donde estaba la etiqueta. Se acercó tímido, estiró el brazo flaco y extendió la botella mutilada. Una mano generosa le volcó dentro guiso, sacado de la gran olla. Detrás suyo, una columna de hombres y mujeres gritaba:-PI-QUE-TEROS,CARAJO”,” PI-QUE-TEROS,CARAJO”…… El humo de las gomas incendiadas no tiene el mismo olor que la seño…...

-“Seño, seño. Ezequiel se quedó dormido”- dice Pablo.

Hebe se acerca al banco, acaricia su cabecita despeinada y le pregunta:

-“¿Tenés sueño?”-.

ËL enojadísimo, le contesta:-” ¡¡Yo no sueño, maestra. YO, NO SUEÑO!!”

Patricia Agustín

EZEQUIEL

EL CANDIDATO


Conocí a Sergio accidentalmente en la casa de mi amiga Laura. Ël estudiaba para veterinario con el novio de ella, y habían pasado a buscar unos apuntes que había dejado olvidados. Fue una visita rápida y no hubo ningún tipo de conversación. Cuando se fueron, Mirta, que era una mujer muy sabia, me miró de reojo y dijo:

- Este sí que es un buen candidato-, esperando alguna señal de aprobación mía, pero como yo conocía las artimañas que utilizaba la madre de mi amiga para sacar información, hice oídos sordos al comentario, y le pedí permiso para ir en busca de una remera que Laura me prestaría para el baile del sábado.

La verdad es que me entró a picar el bichito de la intriga, y empecé a investigar datos sobre el muchacho en cuestión. Con quién vivía, qué hacía, si tenía novia…esas preguntas que solemos hacer las mujeres cuando tenemos un hombre en la mira. Las respuestas que encontré fueron de lo más satisfactorias. Sergio estaba cursando el tercer año de la carrera, había rendido un concurso para Martillero Público, colaboraba con su familia realizando trámites de gestoría…y para completar mi deslumbramiento adolescente, se paseaba con un “Torino” espectacular y fumaba cigarrillos “Benson”, los más caros. En seguida me puse en campaña para conquistarlo.

Después de muchas idas y vueltas nos pusimos de novios. Todos sabemos que el amor hace que los seres humanos nos trasformemos en tontos, pero lo mío fue ganar el primer premio a la estupidez.

De a poco me fui enterando que, el fantástico y maravilloso seductor que estaba a mi lado, no estaba en tercer año de la facultad, sino en primero. Materias aprobadas, una. El examen de Martillero lo había rendido mal y el auto con el que se paseaba era de un tío que se lo prestaba cuando caía de visita. Como no podía ser de otro modo, los cigarrillos terminé pagándolos yo. El joven no tenía una moneda ni para regalarme un alfajor “ Capitán del Espacio”, que era el que me gustaba.

Mi padre decía que el amor era ciego, sordo y tartamudo y tenía razón, porque a los pocos meses de iniciado el romance me convenció para que le prestase unos pesos, ya que tenía un proyecto sensacional para ganar dinero. Cuando le pregunté de qué se trataba, sin muchas vueltas me contestó:

-“Voy a comprar una chancha”-.

-¿Una qué?, interrogué sin salir de mi asombro.

-¡Es un gran negocio! Mirá, mi mamá tiene un campito en las afueras de Varela y nos presta el lugar para criarla. La única condición que pide es que, aprovechando el viaje le dé de comer a los bichitos que ella tiene allí.

- ¿Y qué se puede hacer con una cerda?-, cuestioné, ignorante de ese tipo de trabajo.

-¡Un negoción! La hacemos preñar y para Navidad la cría ya tiene los kilos suficientes como para venderlos. ¿Quién no compra un lechoncito para las fiestas?

Tomó la calculadora (para matemática siempre fue rápido), y se dedicó a sumar, restar, dividir y multiplicar hasta comprobar que los números cerraban perfectos. Cuantos más chanchitos tuviese Kukita, así terminó llamándose, más dinero podíamos ahorrar y más rápido podríamos casarnos. Entusiasmada por las promesas y creyendo que de esa forma tal vez haría que trabajase, le di el dinero.

Los meses que siguieron fueron muy duros, porque la camioneta de sus padres era un cascajo viejo que la mayoría de las veces estaba rota, por lo tanto debía ir hasta el campo en colectivo. Cuando funcionaba, me pedía plata para cargar combustible, y realizar el recorrido por las verdulerías que tenía apalabradas, para retirar los desperdicios de frutas y verduras, y viajar los cuarenta kilómetros hasta “La Colorada”.

Un día Sergio me cuestionó acerca de por qué no lo acompañaba y conocía a nuestro pequeño capital. No muy convencida decidí hacerlo. El viaje me resultó interminable y la chanchita que yo imaginé de los cuentitos de Disney, terminó siendo un animal monstruoso que pesaba sesenta kilos, y que en cuanto divisó mi presencia me corrió como un toro. Indignada me encerré en cuanto pude en el ranchito, al que ellos llamaban el casco de la estancia, buscando refugio; pero una cabra se subió al banco en el que me encontraba sentada y se tomó el resto de vino de los vasos. Borracha, me lamía la cara.

En el camino de vuelta prometí no regresar a ese lugar inmundo, y le dije que no esperase otra cosa de mí.

Una tarde mientras estudiaba con unas compañeras para el final de griego, mi enamorado me llamó por teléfono.

-“Amor”, dijo. Tengo una noticia buena y una mala para darte.

-¿Qué pasa?- interrogué.

-¿Cuál querés primero?

-¡La buena!- me apresuré a contestar tratando de que algo me levantase el ánimo.

-¡Somos padres! Kukita tuvo cría a la madrugada.

-¡Fuimos padres!- grité, para que supiesen mis amigas que estaban pendientes de la conversación.

-¿Cuántos tuvo?- preguntaban impacientes para ir sacando la cuenta de nuestra empresa capitalista.

-Once- respondió no tan eufórico.

-¡Once!- pegué el alarido.

-Sí- me dijo, pero hay un problema.

Los minutos que siguieron me sentí como en una sala de partos a la espera, de que el médico me avisara que había tenido un extraterrestre o algo así.

- La chancha después de parir, se acostó sobre ellos y mató a nueve- confesó en un susurro.

-¿Cóoooooommmmoooooo?-.

Me puse a llorar desconsoladamente, mientras no paraba de secarme las lágrimas e insultar al porcino en griego, latín, japonés y esperanto.

-¡No puede hacerme esta chanchada!- decía, en medio de las carcajadas de Alicia y Juana.

Los días que siguieron fueron de discusión en discusión, ya que su madre no había podido pagar el alquiler y nos hacía responsables de la mitad del mismo. Argumentaba que éramos unos explotadores y que teníamos la obligación de colaborar, porque después de todo…la chancha era nuestra.

Enfurecida e indignada, le exigí que vendiera o pusiese en remate a los cerditos con su progenitora, o se terminaba la relación.

En aquel entonces creí que era porque me quería, que entró a buscar el modo de deshacerse de ellos. Pero como el tiempo pasaba y no aparecía comprador, le sugerí que hiciésemos una rifa para Fin de Año, con los chanchos como premio. No puso objeción, y comenzamos a vender entre los conocidos los números. Supongo que fue porque la gente ya había gastado el aguinaldo en regalos de Navidad, pero lo cierto es que el día de sorteo nos quedamos con más de la mitad del talonario sin vender.

Los números ganadores fueron el veintidós (el loco), y el treinta y dos (la plata). Rápidamente fuimos en busca de nuestras anotaciones, con la esperanza de que no se hubiesen vendido y así realizar otra rifa para Reyes. El veintidós lo sacó el carnicero de la esquina de casa; el otro, doña Teté, del Centro de Jubilados llamado “Peor es

morirse”.

Dentro de nuestros cálculos no estaba, que a los jóvenes cerditos había que matarlos y limpiarlos, para que se transformaran en deliciosos lechones listos para ser devorados. Esto representó un gasto extra, ya que mi novio no tenía coraje y hubo que contratar a Don Julio, un matarife de la zona, para que realizara el asesinato.

- Sabés, me dijo cuando volvió del campo, de los dos que teníamos, uno se comieron mis viejos para la fiesta.

¡No podía creerlo! Saqué de mis ahorros y encargamos uno en la granja de Don Pepe para dárselo a la jubilada, que ya andaba hablando pavadas.

Durante los siguientes treinta días estuvimos separados. No contesté a uno solo de sus llamados. No quería saber nada hasta que no vendiese la chancha y me devolviera el dinero invertido.

Un martes, tocó timbre sin previo aviso, dijo que me extrañaba y que había logrado deshacerse del animal. Acepté sin dar vueltas. Cuando salí a despedirlo después de la reconciliación, me señaló la parte trasera de la Ford desvencijada.

-“Asomate. Mirá lo que compré con la plata de la chancha…”-.

Desde el interior de unas cajas, prolijamente ordenadas pude ver, setenta patitos recién nacidos que me miraban con desesperación.

-“¡ No sabés qué rico es el pato a la naranja!”, me dijo.

Patricia Agustín

martes, 6 de julio de 2010

Altavoz II

Hoy me he vuelto ecologista.
Mi autoestima se alza zigzagueante
en un carnaval subterráneo
como serpentina.
Absorbo mi propio llanto
agradecida por los nutrientes
que me dieron los traidores.
En el Tártaro
Hades me ha devorado.
Fui excremento.
Afrodita conocedora de mi esencia
me transforma.
Soy semilla.
Rompo la cáscara petrificada
de mis fracasos
convencida de que
me elevaré oxigenada,
y seré tallo.

Decisiones

A veces caigo
enredada en los escombros
de la risa.
Cara o ceca
pregunta el destino sin rostro;
me toma por el lomo
y me gira.
Y gira la historia de mi vida
emparedada entre dos instantes:
Ayer, mañana
Ayer, mañana
Ayer, mañana
y aunque mareada
me incorporo,
me sostengo entre el compás de espera,
y dando un puñetazo
le grito:
¡ Cara! ¡¡ Me quedo con la vida!!

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Porque uno no va por la vida
buscando campanas rotas de iglesias derrumbadas.
Sin embargo a veces uno llega después del terremoto,
y no hay más que grietas en los muros
y escombros en las calles desoladas.
No vamos buscando
que el trapecista caiga en el intento,
ni que al león famélico de circo
apenas le quede el rugido del desierto.
Esperamos otra cosa,
el esplendor del relámpago germinado,
un sol con los pelos de punta,
un mar de nubes sin tsunami.